Homenaje a Richard Fortey y sus trilobites
El experto en trilobites Richard Fortey dio vida al mundo prehistórico en una obra literaria sin parangón. Pericia paleontológica, sabiduría que va mucho más allá de la ciencia, pero sobre todo asombro y pasión por la naturaleza, introdujo sutilmente en sus libros. Siempre estaban en su foco de atención los trilobites, sus animales favoritos. Incluso en la mirada de ellos, ahora petrificada, podía insuflar chispas de vida. Esos extraños ojos caleidoscópicos fueron de los primeros que miraron al océano y vieron mundos pasados, y que Richard Fortey describió con brío y calidez. Gracias a una literatura inigualable, abrió los ojos de muchas maneras. También los míos.
Kathelijne Bonne: escritora y traductora de extractos del libro 'Trilobite!' de Richard Fortey. Versión española: Silvia Zuleta Romano. Apoya GondwanaTalks mediante una donación repetida o única.
Cuando pasé la última página de su obra maestra "Trilobites" en marzo de este año, me consternó saber que Richard Fortey (15 de febrero de 1946 - 7 de marzo de 2025) acababa de fallecer. Él me había recomendado personalmente este libro, por lo que no puedo agradecérselo lo suficiente. No sé hasta qué punto fue inesperada su muerte, pero la noticia me pilló por sorpresa, ya que su último correo electrónico mostraba que bullía de actividad. En plena negación de la fragilidad de la vida, pensé que aún le quedaban décadas por delante, y que al menos llegaría a ser un nonagenario imparable como mis otros héroes Jane Goodall, Sylvia Earle y David Attenborough, produciendo libro tras libro, jubilados o no.

La "contingencia" decidió su destino de otra manera. Pero por suerte Richard Fortey nos dejó un enorme legado en el que devolvió a la ciencia, a menudo percibida como fría, mecánica y distante, su magia y su misterio, cosas que muchos habían olvidado que alguna vez formaron parte de ella. La vida científica y los descubrimientos conceden incluso al investigador un toque de inmortalidad, escribió Richard en su libro Trilobites:
La ciencia abre las puertas a un tipo inusual de inmortalidad y precisamente por eso es una opción tan atractiva para las personas inteligentes que quieren dar sentido a la vida. Y prosigue, con un humor británico intraducible: La muerte nunca podrá burlarte, pero los descubrimientos que hacemos en nuestro apogeo perviven, más allá de los límites de la decadencia corporal.
Y cada contribución cuenta, por pequeña que sea:
La belleza de una vida dedicada a la ciencia es que cada practicante honesto contribuye con una piedra indeleble al gran edificio del conocimiento. Quizá entre sus sucesores intelectuales haya unos pocos que le recuerden, pero lo que realmente cuenta es su contribución, incluso si es anónima.

Carisma, quimera y un tridente para justas
Los trilobites son una clase fósil de artrópodos que se ramificó en una vasta diversidad de especies durante la era Paleozoica. Pulularon hasta todos los rincones del océano primigenio. Ocuparon todos los nichos ecológicos. El Paleozoico puede llamarse con razón la era de los trilobites. Gracias a Richard Fortey, vemos con más lucidez los distintos comportamientos, evoluciones e incluso unos momentos fugaces en la vida de estos animales. Desde que se encontró por primera vez cara a cara con un trilobite a la edad de 14 años, tras un golpe de martillo, descubrió muchísimos. Tras su nombramiento en el Museo de Historia Natural de Londres, también quedó autorizado para darles nombre a nuevas especies. Gracias a su literatura, ganaron no sólo fama y aprecio, sino también carisma, personalidad y vivacidad.

El primer caso reconocido de caballería llegó a mis oídos directamente a través de Richard, que me remitió un artículo sobre el inimaginable Walliserops trifuncatus, un trilobite con tridente. Él mismo escribió en su libro Trilobites sobre este bicho curioso: "Este portador de un tridente era como un sueño, una quimera, una criatura que no podía existir. Pero existía". E ignorando el hecho de que sólo se trataba de un fósil notable, esperaba y sabía que "este trilobite evocará algún día un destello de asombro en un niño".
El tridente habría permitido al trilobite burlar a otros machos mediante justas para poder cortejar a las hembras (un comportamiento conocido como combate intraespecífico o combate sexual). Los heroísmos masculinos tienen al menos 400 millones años de antigüedad, y probablemente más.

Bicho bolita, patas de oro y la Pompeya de los trilobites
Entre los comportamientos más entrañables de los trilobites está la tendencia a enroscarse formando una bola cuando sienten peligro, lo que recuerda a los erizos, armadillos, pangolines y a algunos insectos como las cochinillas de la humedad (bicho bolita). Muchos trilobites murieron en posición enroscada. Se asustaban cuando se acercaba una amenaza y no sobrevivían al ataque, lo que nos permite echar un vistazo a una instantánea de la vida de un animal que murió hace cientos de millones de años.
Como su nombre indica, los trilobites constan de tres lóbulos o tagmas, la cabeza (cefalón), el tórax y el pigidio. Y también en sección transversal, muestran una estructura tripartita con un eje central y lóbulos en ambos flancos. Su torso está dividido en segmentos y a cada segmento le crece una pata articulada – típica de todos los artrópodos, el filo de animales más diverso. La dura armadura de su exoesqueleto calcificado favoreció la fosilización. En algunos casos, están extremadamente bien conservados. Cada punta, protuberancia o muesca ha quedado inmortalizada con detalle microscópico.
En cambio, los tejidos blandos como antenas, branquias, músculos, órganos y patas cayeron presa de la descomposición. Pero en circunstancias excepcionales, incluso éstos se conservaron (en yacimientos como el Esquisto de Burgess), por ejemplo en ambientes con poco oxígeno. Allí, el delicado material de las patas fue sustituido durante la fosilización por pirita, el oro de los tontos, y las patas parecían de oro.
Y recientemente se han dado a conocer más detalles anatómicos aún, en la Pompeya de los trilobites, una excavación en Marruecos en la que murieron trilobites en un flujo piroclástico.

Los ojos de los trilobites
Los trilobites vivían exclusivamente en el mar, donde desempeñaban papeles de depredadores y presas, desde diminutas especies pelágicas que destellan por las corrientes marinas en bancos como pececitos, hasta temibles cazadores de mayor tamaño, forrajeadores del fondo marino y carroñeros, y rebaños de especies herbívoras ocupando el papel de vacas.
La evolución moldeó sus ojos compuestos en las formas más extrañas, dependiendo de lo que necesitaran ver. Algunos trilobites tenían ojos en palitos, como los caracoles; otros no tenían ojos porque vivían en la zona afótica del océano. Sus ojos habían sido descartados por la evolución. Habían trilobites que sólo miraban en un plano bidimensional, aparentemente suficiente para divisar a los adversarios.
Los ojos de los trilobites estaban formados por lentes compuestas del mineral calcita. Cada ojo contenía de una a miles de lentes. La mayoría de los ojos de los trilobites eran holocroal (el primer tipo de ojo), con las lentes organizadas en un empaquetamiento hexagonal compacto . Sólo un suborden de trilobites (Phacopina) poseía ojos esquizochroales. Sea como fuere que hayan registrado el mundo, los trilobites son insustituibles para descifrar la pasmosa evolución del ojo, que se remonta al Precámbrico. El ojo tiene posiblemente mil millones de años.

Junto con otros científicos como Euan Clarkson, Richard Fortey arrojó luz sobre cómo veían exactamente los trilobites, y sobre cuánto más queda por descubrir, ese objetivo superior de la ciencia: "Puedo imaginar que veremos claramente como los trilobites veían. Sus ojos mirarán a mundos pasados con claridad cristalina".
El océano de Tornquist y los fósiles frente a las máquinas
La evolución temprana de los trilobites sigue envuelta en brumas, pero Richard Fortey iluminó sobre cómo evolucionaron y cómo fueron testigos presenciales de la evolución a lo largo del Paleozoico, desde el Cámbrico hasta que se extinguieron en el Pérmico.
La investigación sobre los trilobites permitió comprender mejor ciertos aspectos de la evolución, como el equilibrio puntuado, e incluso aportaron pruebas de la tectónica de placas. La distribución de varios tipos de trilobites permitió identificar un nuevo océano, el océano Tornquist de principios del Paleozoico, nombre elegido por Richard Fortey
El océano del Paleozoico desató una batalla entre paleontólogos y geofísicos. Estos últimos estudian el paleomagnetismo para reconstruir los movimientos de las placas tectónicas. Negaron la existencia del océano de Tornquist porque no encontraron pruebas en sus datos, y dijeron sin rodeos a los paleontólogos que "un solo dato paleomagnético vale más que mil trilobites". Pero los trilobites, incluida una especie llamada Merlinia, no mienten, y este enfrentamiento "fósiles contra máquinas" se resolvió a favor de los primeros.
¿Explosión cámbrica?
Richard matizó el concepto de Explosión Cámbrica de la vida, sobre el que me detuve un rato en el artículo sobre el supercontinente Gondwana. A partir de hace unos 540 millones de años, la vida se habría ramificado de repente en muchas direcciones, y masivamente. Pero Richard tenía reservas sobre la "explosividad" de ese acontecimiento. Según él, la transición del silencioso Precámbrico al Cámbrico, rebosante de vida, no fue tan espectacular y explosiva. Su hipótesis merece un artículo o un libro aparte.
Hay mucho más que decir y descubrir sobre este período decisivo, todavía hay mucho espacio por jugar, un barril lleno de mundos y sueños posibles. No puedo agradecerle lo suficiente a Richard por abrirme las puertas de esos mundos hace un cuarto de siglo.

Anfiteatro, horizontes y el monte Cervino
Cuando tenía 17 años cristalizó la idea de estudiar geología. Había terminado de leer el libro que mis padres me regalaron por mi cumpleaños: "Vida: una biografía no autorizada de cuatro mil millones de años de vida en la Tierra". Se abrió un mundo. Se corrieron las cortinas y apareció claramente un anfiteatro. De repente vi todo en múltiples dimensiones, incluida la del tiempo: la vida no se desarrolla en el plano del presente, sino en una especie de multiverso estratificado e inmensamente profundo en el que cada acontecimiento contemporáneo es creado por una red de millones de pequeños sucesos que conectan el pasado con el presente a través de enlaces invisibles. Empecé a sospechar la existencia de estos mundos, gracias a aquel libro seminal, y ahora los veo clara y distintamente, aunque sé que sólo llego a una fracción. Eso es lo emocionante de la ciencia y la naturaleza: nunca se detiene, nunca sabemos lo suficiente y no queremos llegar a saber lo suficiente. Detrás de cada horizonte hay otro horizonte.

Me complace el hecho de saber que el suelo bajo el lugar donde ahora escribo (España) esté compuesto de granito que se solidificó en grandes cámaras de magma durante el período Carbonífero, cuando este país estaba en medio de Pangea, el último en el inimaginable ciclo de supercontinentes. A kilómetros por encima de mi cabeza se alzaban altos picos de montañas y probablemente volcanes también, luego desgastados por mega-años de erosión, triturados en sedimentos que ahora son parte del lecho marino y capas de roca, arrastrados, "como gasa desechada". Hoy en día, lobos y cabras montesas deambulan por este paisaje granítico. Los buitres planean alto en el cielo. Los rabilargos hacen alboroto cerca de mi ventana. Y cuando este granito, ahora salpicado de encinas, era todavía magma líquido, rebosaba el mar circundante de trilobites.
Cada libro de Richard Fortey te lleva a un "gran recorrido" por los mundos multidimensionales. En "Earth, Tierra" me llamó la atención el capítulo sobre la formación de los Alpes. Cómo esa cadena montañosa está formada por varias "napas" superpuestas unas sobre otras, como un mantel arrugado. Ves toda la cordillera con otros ojos cuando sabes que el inconfundible pico piramidal del monte Cervino es un fragmento de Gondwana y que los Dolomitas son piezas del mar de Tetis.
Y mientras nuestro mundo humano se polariza por líderes que hacen trampa en su juego de ajedrez con los pueblos como peones, mi mirada permanece fija en la naturaleza que nos rodea y en la belleza y alegría que allí se encuentran. Richard Fortey describió esa naturaleza de una manera inimitable. Quizás su mayor contribución sea articular cómo la ciencia contribuye a la felicidad y cómo saca lo mejor de las personas:
Sé que nada puede igualar la búsqueda de sueños de posibilidad [sobre todo lo que aún está por descubrir]. Que el deseo de descubrir realmente es una de las mejores facetas de nuestra naturaleza humana, y que la investigación sobre trilobites recompensará al explorador, a un tipo de cambio más valioso que el dinero y más tangible que la fama.
Descansa en paz, Richard.
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También inspiradores: Algas marinas en cianotipo, Planeta Océano, eclipse solar total, astronomía de aficionados y árboles del cielo.

Kathelijne: Como amante de la naturaleza y científica de la Tierra, me intriga cómo interactúan la vida, el aire, el suelo, las rocas, el océano y las sociedades en escalas de tiempo geológicas y humanas.
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Foto Richard Fortey: By Danimations - Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=37024731
Fuentes
Comunicación personal.
A.D. Gishlick, & R.A. Fortey, Trilobite tridents demonstrate sexual combat at 400 Mya, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 120 (4) e2119970120, https://doi.org/10.1073/pnas.2119970120 (2023).
Abderrazak El Albani et al., Rapid volcanic ash entombment reveals the 3D anatomy of Cambrian trilobites. Science 384, 1429-1435 (2024). DOI:10.1126/science.adl4540
Richard Fortey, 2000, Trilobite! HarperCollins, 320 p.
Richard Fortey, 2011, The Earth: An Intimate History, HarperCollins (2004, ISBN 0-00-655137-8) Folio Society edition (2011).
Richard Fortey, 1997, Life: A Natural History of the First Four Billion Years of Life on Earth, HarperCollins, 398 p.
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