La erupción del monte Santa Helena del año 1980
La erupción del monte Santa Helena en 1980 fue la culminación de un prolongado período de inquietud volcánica. Recorreremos los acontecimientos que condujeron, hace 40 años, a una de las mayores erupciones en la historia de los Estados Unidos.
Autora: Kathelijne Bonne. Edición española: Silvia Zuleta Romano.
La madrugada del
domingo 18 de mayo de 1980 fue como cualquier otra en la costa oeste de los
Estados Unidos. Sin
embargo, la tranquilidad es un concepto relativo en una región ubicada en el límite
de dos placas tectónicas.
Pero antes de seguir, ¿cómo era aquel paisaje que estaba a punto de
cambiar?
El monte Santa Helena (Mount Saint Helens o Louwala-Clough para los nativos americanos), junto con el monte Baker y el monte Rainier, se encuentra en una cadena montañosa salpicada por volcanes que se extiende a lo largo de toda la costa oeste del continente americano, desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
La corteza del océano Pacífico se hunde lentamente debajo del continente norteamericano, en un proceso conocido como subducción. Los terremotos y las erupciones volcánicas son comunes en tales áreas. Pero para el ser humano, estos eventos pueden convertirse en una catástrofe.
Aumento de la actividad volcánica
Ya meses antes de la fatal mañana del domingo, el monte Santa Helena había comenzado a mostrar signos de actividad. Desde el 15 hasta el 21 de marzo de ese año, los sismógrafos habían registrado más de cien terremotos. Las cenizas y el vapor se habían elevado desde la cumbre. El volcán continuó retumbando y avalanchas de nieve se deslizaron por sus laderas. En algunos lugares, grandes fisuras habían comenzado a abrirse.
Después de algunos terremotos más fuertes, el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) había instado a la gente a mantenerse alejada del volcán y de su entorno inmediato, incluyendo la zona del lago Spirit.
Un abultamiento había comenzado a formarse en la ladera norte del volcán. Era una señal de que se estaba inyectando magma desde abajo. Las nubes de ceniza alcanzaron los tres kilómetros de altura.
La ceniza fue estudiada en el laboratorio, y, aparentemente, no se formó a partir de magma "fresco", sino del material rocoso más antiguo del volcán. Tal vez eso era una indicación de que el magma fresco aún residía a una profundidad considerable. Sin embargo, los vulcanólogos no se quedaron a gusto.
Estado de emergencia
El monte Santa Helena mostraba cada vez más actividad. Los temblores se hicieron más intensos y los intervalos entre ellos se acortaron. Se produjeron explosiones de gas a medida que el volcán se calentaba por dentro y el material caliente hacía que el agua subterránea se evaporara de golpe.
El 3 de abril, se declaró el estado de emergencia y a quien circulara sin permiso se le multó con 500 dólares o seis meses de cárcel.
Mientras tanto, el abultamiento de la ladera norte había alcanzado un grosor de noventa metros y siguió aumentando. El área detrás de ello se estaba hundiendo.
Los geólogos se dieron cuenta de que el abultamiento, teniendo una pendiente convexa, corría el riesgo de derrumbarse y era capaz de producir un deslizamiento de tierra. Si eso sucedía, el magma que estaba debajo se liberaría. Pero nadie podía predecir cuándo ocurriría. Sólo podían esperar. Y para principios de mayo, el estruendo del volcán fue aún mayor.
El silencio antes de la tormenta
El 15 de mayo sucedió algo insólito: el monte Santa Helena quedó en silencio. No pasó mucho más y la atención que el volcán había recibido en las últimas semanas, se debilitó. Los propietarios se pusieron nerviosos deseando visitar sus propiedades. El 17 de mayo se les permitió ir a sus casas a recoger sus pertenencias.
En la madrugada del día siguiente, el 18 de mayo, el volcán tenía el mismo aspecto que el día anterior. Un geólogo que hizo observaciones a 10 kilómetros de distancia no vio nada inusual comparado con los días y semanas anteriores.
Comienza el desastre: la ladera norte se derrumba
A las ocho y media de la mañana del mismo día, un terremoto de magnitud 5.1 sacudió justo debajo del abultamiento. Pasaron unos segundos de total inmovilidad, pero luego todo el flanco norte del volcán comenzó a moverse.
El mayor deslizamiento de tierra jamás observado por los humanos se movió en dirección al lago Spirit. La masa deslizante corrió por un valle fluvial todo hacia abajo, a velocidades de 175 a 250 kilómetros por hora, cubriendo una distancia de 20 kilómetros.
El magma que estaba debajo se liberó de manera explosiva, produciendo una gigantesca erupción lateral, ahora conocida para siempre como la infame "lateral blast". La explosividad se debe a los gases que fueron contenidos a alta presión en el magma. Puedes compararlo con una botella de champan que agitas y luego abres.
Los gases y el material volcánico pulverizado formaron una gigantesca nube llamada flujo piroclástico que se precipitó por las laderas, alcanzando una velocidad feroz y superando rápidamente el enorme deslizamiento de tierra.
Destructivos lahares
Diez minutos después de la explosión lateral, una columna de ceniza se elevó desde la cumbre hasta una altura de más de 20 kilómetros. Durante diez horas, el monte Santa Helena arrojó material volcánico, en forma de cenizas y escombros. Los rayos en la nube de ceniza se sumaron al espectáculo. Y hubo más derrumbes, de una mezcla de ceniza, lava y barro que se deslizaron por las laderas. Los glaciares se derritieron, creando lahares mortales, una especie de flujo de lodo y sedimento que arrasó los valles de los ríos.
La ceniza más fina permaneció en la atmósfera y se dirigió hacia el este, llevada por los vientos. En las horas siguientes a la erupción, las cenizas fueron reportadas en áreas cada vez más distantes. Primero en Yellowstone, luego en Colorado y Minnesota y, finalmente, las cenizas rodearon la Tierra.
El agua del río y de parte del lago se evaporó en un fuerte estruendo y silbido que se pudo oír hasta Canadá.
Una catástrofe sin precedentes
La zona destruida se clasificó posteriormente en tres zonas concéntricas con diferentes niveles de destrucción. Cerca del volcán estaba la zona de influencia directa (direct blast zone). Todo fue destruido, incluso el suelo voló. Un poco más lejos estaba la zona de canalización o zona del árbol caído. La dirección de la erupción quedó en evidencia debido al alineamiento paralelo de los árboles derrocados. En algunas zonas más protegidas, el suelo con semillas se conservó, permitiendo una recuperación más rápida. En la zona incinerada o zona de muerta de pie, los árboles siguieron en pie, pero quedaron chamuscados.
Las repercusiones
La erupción del monte Santa Helena fue la
más devastadora de la historia reciente de los Estados Unidos. Murieron 57
personas. Entre ellas, había algunos geólogos, fotógrafos y propietarios de
casas. Trágicamente, encontraron el fotógrafo Robert Landsburg acurrucado
alrededor de su cámara fotográfica; había muerto, pero el carrete de la camera
salió intacto y se desarrollaron sus últimas fotos de la nube piroclástica.
Landsburg se había dado cuenta de que no iba a sobrevivir, y colocó su cámara en
su mochila para protegerla con su cuerpo.
Además de los fallecimientos, se destruyeron enormes extensiones de bosque y madera.
Durante décadas, se vieron troncos de árboles flotando en el lago Spirit, cuyas vistas cambiaron totalmente.
Murieron alces y ciervos y también más de diez millones de salmones en los ríos que rodean la montaña. Se destruyeron carreteras, puentes y tierras de cultivo y se interrumpió el tráfico aéreo. Limpiar las cenizas fue un trabajo enorme que duró semanas.
¿Y el propio monte Santa Helena?
Se veía completamente diferente, más bajo y con una gran caldera (cráter) en forma de herradura. La cima había sido literalmente volada. El volcán permaneció activo y varias erupciones más pequeñas han ocurrido desde entonces. Mientras tanto, hay un nuevo y pequeño volcán que crece al interior de la gran caldera.
Esta historia nos recuerda una vez más que la naturaleza siempre tiene la última palabra.
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Leer sobre un otro volcán temible: Los Campi Flegrei de Italia.
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Referencia:
Francis, P., and Oppenheimer, C. (1993) Volcanoes. Oxford University Press. 521 p.
Artículo escrito por Kathelijne Bonne, geóloga y científica del suelo.
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